lunes, 4 de mayo de 2020

-Lo siento.

Anoche me quedé dormida en el sofá abrazada a Perita. No sé dónde pasó la noche Paula, si dentro de la casa o fuera. Yo sabía que no me iba a abandonar, pero si suponía que necesitaba su tiempo. El tema de la tal Lucía parecía más profundo de lo que yo hubiera podido pensar y lo había traído de vuelta. Parece que con mucho dolor.
Paula volvería. No sabía cuando pero volvería.
Cuando me desperté la mesa volvía a estar en su sitio y Paula estaba sentada junto a mí, con los codos apoyados en las rodillas, mirándome desde la misma silla que había pasado la noche por los suelos.

-Hola, ¿cómo estás?
-Lo siento mucho -repitió.
-No pasa nada, has cumplido tu penitencia recogiendo. -Sonreí abriendo los brazos, abarcando el desastre recompuesto.
Paula sonrió mirando hacia abajo.
-Te debo una explicación.
-Sólo si tú quieres darla.
-Anda déjame un hueco ahí contigo.
Me aparté para dejarle sitio en el sofá. Nos sentamos cada una en una punta subiendo las piernas. Perita estaba en medio. El sofá era lo suficientemente grande para acomodarnos las tres sin molestarnos.

-Desde muy temprano supe que la vida en el pueblo no era para mí -comenzó.- Me fui de allí a los 16 años buscando, sobre todo, libertad. En los pueblos no gustan las personas diferentes, ¿sabes? Menos aún en los pequeños. Mis padres veían que mi relación con los vecinos iba empeorando conforme yo iba creciendo. En ambos sentidos claro, así que no pusieron muchas pegas cuando les dije que quería estudiar fuera. La única condición era que estudiase algo de provecho y eso descartaba cualquier cosa relacionada con mi mayor pasión: el cine. A los pocos meses estaba en Madrid, con una matrícula en un ciclo formativo de contabilidad y una habitación en un piso del barrio del Pilar.
-Si que te fuiste lejos de tu pueblo.
-Todo lo que pude. Mientras estudiaba, estuve trabajando en el bar de unos conocidos de mis padres. A las pocas semanas me dieron el puesto de encargada. Ya ves, resultó que tenía una habilidad especial para la hostelería. Visto lo visto, decidí explotar lo único que parecía que se me daba bien y, tras acabar como pude con la contabilidad, comencé a formarme en hostelería para abrir horizontes. Encontré trabajo en una discoteca venida a menos, pero el mundo de la noche es pequeño, ¿sabes? Y en poco tiempo, los dueños de las mejores discotecas comenzaron a oír hablar de esa niña que irradiaba magia detrás de la barra.
Me dio la sensación de que Paula se estaba viniendo un poco arriba.
-¿Tan buena eras? -pregunté con algunas reservas.
-Eso habría que preguntárselo a ellos. Supongo que en algún momento fueron a verme trabajar, pensando que no sería para tanto. Te digo esto porque de repente un día comenzaron a llamarme para trabajar en las mejores discotecas de Madrid. Estuve un tiempo en Opio. Después estuve un par de años en Urban Place. Podía irme a la que quisiera. Incluso en la última época me fui a trabajar a Medias Loli, por probar. Me parecía un lugar curioso.
-Y, ¿con todos esos tatuajes trabajabas en las mejores discotecas de Madrid?
Paula soltó una carcajada.
-En esa época tenía menos, pero sí. Me los tapaba y listo. Iba a trabajar con manga larga.
Cierto. A veces me sorprende mi poca perspicacia.
-¿Más preguntas? -Inquirió divertida.
-No, no. Continúa.
-Vale. Después de casi diez años en la capital, decidí volver. Echaba de menos a mi familia. Quería estar un poco más cerca de ellos así que me instalé en Córdoba y, con el dinero que había ahorrado, abrí mi propio pub.
-¿Tenías un pub en Córdoba? ¿Cuál?
-Se llamaba Laúdano, pero todo el mundo lo llamaba "El Iluminao" por las luces que puse fuera.
-¿Qué dices? ¿"El Iluminao" era tuyo? -Me quedé perpleja. Era uno de los sitios más selectos de Córdoba.
-Veo que lo conocías.
-¿Y quién no? Pero era demasiado caro para mí.
-Bueno... Se pagaba por los servicios que se ofertaban. Allí se iba a tomar un cóctel de primera categoría, por ejemplo dentro de una piscina con un aforo muy limitado, para evitar aglomeraciones. Eso vale lo que vale.
-Sí, sí. Sólo que yo nunca fui.
-Lo sé -sonrió-, si hubieras ido aún te recordaría.

Otra vez trajo el rubor a mi cara. No sé cómo de habilidosa era detrás de la barra, pero haciendo que me sonrojara era bastante buena. Aunque quizás fuera parte de esa maestría de cara al público. Quién sabe.
-Por suerte fue bastante bien desde el principio. Córdoba es un lugar con mucho turismo y mis contactos en Madrid me ayudaron mucho. Los días iban pasando. Yo nunca abandoné mi puesto en primera fila, aunque era agotador dedicarme al pub como empresa durante las horas en las que no estaba tras la barra. Un jueves noche, como otro cualquiera apareció ella. Nunca sabré como explicarlo para ajustarme a su realidad.
-Inténtalo. -Creí que iba a reventar de curiosidad.
Paula me miró fijamente, pero no me estaba viendo a mí.
-Todo en ella era raza y fuerza. Cada gesto, cada sonrisa, cada mirada estaba cargada de luz. Una luz cálida y radiante que dejaba boquiabierto a cualquiera que tuviera enfrente. Una vez la tenías delante sólo querías arrodillarte para admirarla. Era magnífica, y en mi local se la iba a tratar como tal.
-Parece una diosa.
-Lo era -sonrió-. Se acercó a la barra y largué al chico de aquella zona. Esa clienta tendría total exclusividad conmigo. Me preguntó "¿Qué puedes ofrecerme?" "Lo que quieras" le contesté. Pasamos toda la noche allí, hablando, cada una en un lado de la barra. Me sentí tan a gusto que podía haber estado en cualquier otro lugar. Al final era cierto aquello que dicen de que lo importante es la compañía. Se llamaba Lucía y era escritora, al parecer de cierto renombre. Cuando me di cuenta eran las seis de la mañana y yo ya estaba completamente loca por ella. Nada especial. Estaba segura de que eran muchos a los que esa mujer había enloquecido, pero yo no pensaba dejarla escapar. No conseguí su teléfono, - hizo una pausa para sonreír- pero conseguí que nos viéramos al día siguiente para tomar un café.
-Entonces... Te gustan las chicas.
-Es obvio, ¿no?
-Sí... Ahora sí. Dime, ¿qué pasó?
Paula me miró, como intentando adivinar mis pensamientos. A los pocos minutos continuó con su historia.
-Debía volverse el domingo para Madrid, pero nunca se fue. Se quedó conmigo. Eso fue en Septiembre. Yo cada día la adoraba como la obra de arte que era. Ella llenaba mi vida, incluso hasta unos rincones que ni siquiera sabía que estaban vacíos. Tenía sus defectos claro, y mucho carácter. Muchísimo. Pero todo eso quedaba eclipsado por su luz. Antes de lo que me hubiera gustado llegó el firiovirus.
-¿Se contagió?
-No. La gente comenzó a ponerse un poco nerviosa, ya lo sabes. -Asentí-. Un día fue al supermercado y unos hijos de puta le dieron una paliza para robarle la compra. No voy a quitarle parte de culpa, seguramente se habría quedado en una amenaza si ella no se hubiera resistido como una fiera.
-Es que la compra era suya, normal que se resistiera.
- Sí, pero el mundo estaba cambiando. Llegó a casa como pudo y fuimos al hospital. Ir a un hospital en la antesala de la explosión de una pandemia, ya ves.
-¿Estaba muy mal?
Me miró con una sonrisa triste.
-Hecha polvo.
Suspiré y le acaricié el brazo, intentando transmitirle ánimo y fuerza. El firiovirus se lo llevó todo, lo jodió todo. Al final, nunca sabes las guerras que ha librado la persona que tienes en frente. Mucho menos tras la llegada del firiovirus.

-Se quedó ingresada para hacerle unas pruebas. Desde el primer momento estuve allí con ella. A los pocos días ocurrió lo inevitable, se contagió de firiovirus. Quisieron echarme pero conseguí aislarme en la misma habitación. Así pasamos la última semana de su vida, aisladas mientras yo veía como se apagaba poco a poco sin que pudiera hacer nada para que se quedara conmigo. Obviamente no lo superó, pero tampoco volvió. Simplemente se fue. Entré al hospital con ella y volví a casa sola. Los perdí a todos, Alba. Mi familia, mis amigos, mis compañeros de trabajo, Lucía. Fueron desapareciendo poco a poco, pero yo sigo aquí, preguntándome por las noche por qué soy yo la que sigue aquí. Quizás algún día tenga la respuesta.
Realmente, sí que sabía de lo que me estaba hablando.
-Estoy segura de que Lucía sigue aquí - apoyé mi mano en su pecho mientras me miraba con ojos brillantes por las lágrimas retenidas-, y aquí -dije poniendo en su frente mi dedo índice.
Las lagrimas resbalaron por sus mejillas y realmente me partió el corazón verla así. Dejé que llorara manteniéndome en silencio. Era parte de su duelo.

-No sabes cuánto la echo de menos, ni lo sola que me siento desde que se fue. Estaba demasiado ocupada con mi supervivencia como para haberme dado cuenta.
-No puedo ni imaginarlo Paula. Pero mira, si quieres podemos hacer una cosa. - Me miró curiosa-.  Puedo intentar ser menos arisca. Ahora, eso sí - dije acurrucándome junto a ella- agradecería que no se repitiera lo de anoche. Me da miedo que pueda ocurrirte algo y ni siquiera sepa dónde estás.
-Está bien. -Pasó un brazo sobre mis hombros-. Lo intentaré.


Nos quedamos allí, en el sofá, con Perita. Las tres. Dejando que los recuerdos se apoderaran de nosotras. Más tarde dejaron paso a Morfeo que nos llevó, lentamente, al mundo de los sueños.

domingo, 3 de mayo de 2020

Han sido unos días complicados, en los que no sabíamos si Perita saldría adelante. Su estado va mejorando y se le nota físicamente la mejoría. No está bien, pero no dudo que volverá a alcanzar ese punto en unos días. Sea lo que sea lo que le ha ocurrido, ha sido grave y no sabremos si tiene algún tipo de daño permanente. De momento.
Anoche me di cuenta de que en el Hospital Doce de Octubre quizás pudieran echarnos una mano en ese aspecto. Un veterinario tiene formación científica, quizás hubiera alguno por allí e incluso puede que tuviera material para poder revisar que todo estuviera bien con Perita.
Esta idea me ha dado más fuerza y más ánimo para llegar hasta allí.

Otro tema que me ha preocupado ha sido Paula, su estado decayó bastante con el problema de la perra. Es una chica con mucha fortaleza pero creo que hay un punto donde todo eso se rompe: cuando ve cercana la posibilidad de perder algo a lo que tiene un cariño especial. Y no se lo reprocho, yo me he desmoronado mil veces desde que todo esto comenzó por varios motivos diferentes, no sólo uno. Pero sí me he llegado a preocuparme por ella.
Con la mejoría de Perita también ella comenzó a subir, lo cuál hizo que yo volviera a respirar. Paula es un apoyo muy importante para mí y, sinceramente, no me imagino este nuevo mundo sin tenerla a mi lado.

Estábamos sentadas dentro, en el salón, mientras Perita estaba en el sofá. Habíamos dado un paseo matinal y preferimos dejarla descansar.
-¿Cómo estás?
-Bien, ¿por qué?
-Te he estado viendo un poco triste cuando Perita ha estado enferma.
-¿Acaso tú no lo has estado?
Un momento, ¿se estaba poniendo a la defensiva?
-Sí, claro que lo he estado -Creo que pude sonar más borde de la cuenta-. Sólo estaba preocupada.
-Estoy bien. Sólo, no quiero perder a nadie más.
-Ya... Lo siento. Yo no tenía muchos a los que perder. Pero que fueran pocos no lo hace menos doloroso.
-Yo perdí a muchos -dijo mientras acariciaba la madera de la mesa.
-¿También a Lucía?
No tengo muy claro por que recordé a la tal Lucía en ese momento. Supongo que mi subconsciente pensaba que era una persona que Paula había perdido después de la pandemia del firiovirus, así que las palabras salieron de mi boca con total naturalidad.
Paula me miró fijamente entrecerrando los ojos, como intentando adivinar qué cantidad de información estaba en mi poder. Ya ves, ninguna.
-¿Qué sabes de Lucía?
-Nada. Una noche, al principio de llegar, me llamaste Lucía.
Se levantó de la silla como una exhalación, con tanta fuerza, que la silla se cayo para atrás.
-¡¿Qué yo te qué...?!
-No sé, Paula, estabas dormida y yo te despert...
-¡No hables de lo que no sabes! -Cogió la mesa con las dos manos y la lanzó volando a otra parte de la habitación, dejándola patas arriba.-¡¡No hables de lo que no tienes ni puta idea!!

Paula salió de la habitación dando un portazo. Perita estaba temblando, se había despertado sobresaltada con el estruendo. La verdad es que me encontraba desconcertada. ¿Había abierto la caja de Pandora?

Me tumbé en el sofá junto a Perita para calmarla y no he querido moverme más de aquí.

jueves, 30 de abril de 2020

Nuestro viaje ha vuelto a retrasarse.

Teníamos gran cantidad de carne deshidratada. La lechuga estaba preparada para ser cortada y teníamos una tomatera transportable. Esto listo para viajar, pero muchas otras verduras seguían creciendo.
La que no estaba lista para viajar es Perita. Desde ayer por la mañana no para de vomitar, como si se hubiera intoxicado. Pero, ¿con qué podría intoxicarse aquí? Supongo que un veterinario sabría qué tipo de sustancia ha sido la culpable. Pero ahora es diferente.
Al llegar esta mañana ha dejado de vomitar, pero está cada vez más apagada. Sólo bebe agua que Paula o yo le acercamos de vez en cuando. Estoy desesperada y frustrada porque no sé que hacer. No sé nada sobre veterinaria y Paula menos aún.

-¿Crees que se va a morir? -me ha preguntado Paula acariciando a Perita, sentada junto a ella.
-Espero que no... Vamos a hacer todo lo posible para que se recupere.
-Nunca tuve perro, ¿sabes? Mi madre no quiso cuando yo era más pequeña y cuando fui mayor, no tenía tiempo. Nunca supe lo que me perdía.
-Nunca es tarde. -Sonreí.
Me acerqué a darle también mimos a Perita. Esto es el fin del la civilización. Esto es un mundo postapocalíptico. Casi sin conocimientos, ni tecnología, ni medicinas. Sin esa omnipotencia del ser humano. Una purga. La naturaleza se impone y, de nuevo, el más fuerte física y mentalmente es el que sobrevive para volver a construir un progreso.

El renacer de la civilización, a poder ser, habiendo aprendido de los errores del pasado. A poder ser.

lunes, 27 de abril de 2020

Los días siguen pasando y el clima no mejora. Miro hacia el exterior con la cabeza apoyada en el cristal empapado, quizás esto es una señal para no ir hasta el Doce de Octubre. ¿Cómo podríamos saberlo? A veces las decisiones de la vida son así. Dos caminos, tan diferentes, tan decisivos.

Hablando de caminos, hemos estado decidiendo qué rutas podemos seguir. Lo más directo sería la autovía pero hay muchas posibilidades de que esté intransitable. No sabemos que vamos a encontrar. Otra opción sería retroceder bastantes kilómetros y subir por una carretera secundaria. Eso contando con que pudiéramos ir en coche, el depósito no aguantará un viaje a Madrid como el que hicimos para llegar aquí y no sabemos si encontraremos gasolina. Tampoco sabemos si las carreteras estarán transitables. Ir andando es una opción que tenemos que tener presente.
Para ello tenemos que controlar mucho el peso que llevamos, por si nos viéramos obligadas a hacer el camino andando. Tenemos que repartir el peso en botiquín, verduras, carne y agua. Aparte de los utensilios que debamos llevar. Vamos a tener que economizar mucho.
Por otro lado, es increíble como la carne que hemos preparado se va secando poco a poco. Nunca hubiera esperado conseguir comida de esa forma. Otro conejo ha caído en nuestras trampas esta mañana, así que lo hemos dejado preparado hoy.

A última hora hemos subido a la torre de las cristaleras y hemos vuelto a buscar la retransmisión del Hospital Doce de Octubre. El mensaje sigue ahí, inmutable.
Sólo espero que mi esperanza se convierta en un hecho real.

sábado, 25 de abril de 2020

Hemos estado dedicándonos cien por cien a la preparación de nuestra salida. Habíamos puesto varias trampas, intentando incrementar nuestras posibilidades de obtener carne. También seguimos mimando a nuestras plantas, que crecen por días.
-Vale- dije ayer, cuando recogimos nuestro botín- tenemos cuatro conejos completos. No tenemos frigorífico ni congelador. ¿Qué hacemos con ellos?
Paula se había empeñado en cazar más y más, pero parece que no recuerda que nos hemos remontado a unos cientos de años atrás en cuanto a electricidad se refiere. La carne se estropea.
-¿Has comido cecina alguna vez?
-No sé qué es eso - dije extrañada.
-Es carne seca. Vamos a deshidratar la carne. No vamos a conseguir la carne más rica el mundo, pero tiene proteínas, alimenta y no se estropea.
-Vaya, todo son ventajas. ¿Dónde está el pero?
-Creo que deberíamos cocinarla antes de dejarla secar.
-¿Se deja secar cruda? Madre mía, eso es muy peligroso. No vamos a hacerlo así –dije todo lo seria que pude.
-Estoy de acuerdo, por eso creo que tendremos que cocinarla un poco antes. Eso significa que llevará más tiempo de lo normal.
Pasamos todo el día haciendo un trabajo en equipo sin descanso. Preparamos un conejo y lo fileteamos bien. Mientras yo salaba los cortes y los pasaba por la sartén, Paula iba preparando el otro. A pesar de que conseguimos bastante carne, el clima no estaba siendo propicio. Lluvia, tormentas y lluvia. Muchas nubes y poco sol. Así que decidimos dejar la carne secar dentro de casa. A mi todo esto me parecía imposible, pero era una especie de experimento. Nadie me había garantizado que fuera a salir bien.
Aparte de carne, también conseguimos varias pieles que no podíamos usar porque no sabíamos como. Desperdiciar recursos así me quemaba la sangre, me sentí frustrada en impotente por no poder aprovecharlo todo.
Realmente fue un acierto poner la carne a secar dentro, desde anoche no paran de sucederse una tormenta tras otra. Pasamos la noche entre truenos y relámpagos y no parece que vaya a mejorar. La carne no ha progresado, pero tampoco se ha podrido. Tendremos que esperar. He estado limpiando las pieles que apartamos ayer. Me ha llevado todo el día. No sé como se realizan los encurtidos, pero si sé que lo primero es retirar los restos humanos de la piel. Mañana las pondré en remojo. No sé como tratarlas pero sí conozco los primeros pasos del proceso. Quizás algún día nos sirvan para algo.

Por mi parte, unas veces me siento nerviosa por saber qué encontraremos en Madrid y otras me siento contrariada por no saber si conseguiremos llegar. Si no estaríamos mejor viviendo una vida de abuelas campestres junto con Perita en esta finca. Cuando me asaltan esas ideas, sólo consigo tranquilizarme recordando que, pase lo que pase, nuestro pequeño grupo seguirá unido.

martes, 21 de abril de 2020

No sé en que momento de la noche me dormí.
Me desperté mientras amanecía, sola, en una cama que no era mía. Perita debió asustarse con nuestra discusión y habría pasado la noche en el sofá. Por otro lado supongo que Paula no había vuelto. Sentí una desazón justo en el centro del pecho, tan profunda, que creí que me partiría por la mitad. ¿Y si le había pasado algo allí fuera?

Me levanté de su cama con el corazón partido. Sabía que Paula no iba a abandonar la finca, al menos no para siempre. Pero sí podía haberse ido unos días para no tener que despedirse de mí, no ver mi partida. No sé cuándo volvería, pero al menos, iba a intentar que todo estuviera cuidado a su regreso. No pensaba dejarla tirada, como ella decía.
Salí de la habitación como un zombie epiléptico. Me dolía todo el cuerpo. Anduve como pude por el pasillo y me asomé al porche trasero. Iba a necesitar agua. Tendría que ir sin el carro, traerla poco a poco en varios viajes. No nos quedaba mucha comida y pensaba dejarle el huerto cuidado a Paula. Iba a tener que buscar provisiones fuera de aquí. Arriesgado.

Como un alma en pena me arrastré hacia la entrada. Los brotes crecían por días y las lechugas baby empezaban a tener una pinta deliciosa. Tenía ganas de ver si esta noche habían crecido. Llegué a la puerta y al abrir, me encontré de frente con al espalda de Paula, sentada en los escalones de la entrada. ¡Estaba aquí! No se había ido, estaba aquí. Ya no me dolía nada gracias a la alegría que se instauraba en mi cuerpo, corrí (tres pasos) y la abracé con fuerza. En mi emoción, no había tenido en cuenta la inercia de mi carrera y salimos volando. Durante el breve proceso de vuelo pasaron varias cosas:
1. Paula me dio un puñetazo en la mandíbula mientras se giraba como reacción primaria, haciendo que me separase de ella.
2. Cuando terminó de girarse y me reconoció, me cogió en el aire y me abrazó para amortiguar mi caída.
Y caímos en el suelo, al final de los escalones. Ahora me dolían más partes del cuerpo que cuando me había despertado.

-¡¿Qué haces?! ¿En que piensas? ¡Me has asustado! Vaya golpe te he dado.
-Me he alegrado mucho de ver que sigues aquí...
-¿Dónde voy a estar?
-Pues no sé… Pensaba que te habías ido. No dormiste aquí.
-Si he dormido aquí, Alba. En otra habitación. 
No supe qué decir, mi estupidez había vuelto a hacer acto de presencia. De hecho en un rincón de mi cabeza sonaba una y otra vez “Sólo soy... Esa cara de idiotaaa”. Paula me sacó de mi letargo mental.
-Sigues pensando en irte, ¿verdad?
Me paré a pensar mi respuesta. Estábamos las dos sentadas en el suelo, magulladas y en silencio. Paula me miraba a mí mientras yo miraba al suelo.
-Creo que debo ir –las palabras salieron de mi boca como un susurro.
Paula asintió. Yo me estaba rompiendo por dentro. No sabía si al final del día reuniría mis pedazos, pero estas eran las palabras que tenía que decir, así que cogí fuerzas y tono para decir el resto.
-Ni en mil vidas me voy a perdonar irme dejando todo lo que hemos creado con tanto esfuerzo. Pero yo soy enfermera, Paula, prometí ayudar y cuidar a los demás. No es una profesión, es una forma de vida. Y esta es la forma en la que vivo yo. A ti también te ayudé y te cuidé un día. –Cogí aire y suspiré-. Vamos a ser honestos. El firiovirus fue una guerra que se libró, en su mayoría, en los hospitales. ¿Cuántos sanitarios crees que quedan vivos para escuchar ese mensaje? Tengo un coche, mi valentía y todo lo que tú me has enseñado, estaré bien. Eso sí, si te parece bien, preferiría que Perita se quedase contigo. Va a estar mejor aquí que allí fuera.
-Lo siento pero Perita no va a poder quedarse aquí. Me voy contigo.
-¿Cómo?
-¿Cuánto tiempo crees que duraría cuerda aquí sola? No, aún peor, con Perita. Acabaría siendo la Loca de los Perros. Voy a tener que irme contigo. Si aún deseas mi compañía, claro.
Como toda respuesta le di un abrazo.
-Sólo te voy a poner una condición: que no salgamos inmediatamente. Podíamos haber descubierto ese mensaje dentro de una semana o un mes. Pero la diferencia para nosotras es abismal. Podemos salir de aquí con un montón de comida del huerto y carne de las trampas, o sin nada.
-Me parece perfecto - contesté con una sonrisa de oreja a oreja.

Cuidamos el huerto y echamos un vistazo a las trampas. Dejamos construida otra trampa de lazo cerca para intentar aumentar nuestras posibilidades de caza. Comenzaba la operación "Y Nos Fuimos Pa Madrid". No iba a ser fácil de preparar, pero no me importaba. 

Al comienzo de la tarde estábamos destrozadas, más después de la noche que habíamos pasado. Nos hemos quedado tranquilas en el sofá y, de hecho, al poco rato nos quedamos dormidas. Nos hemos despertadi, sólo para cambiar el lugar de descanso a la cama.
Pero esta noche es diferente, hoy me duermo feliz.

lunes, 20 de abril de 2020

-¿Estas de coña?
-¡No! Yo...- Me senté en el sofá a su lado, abatida -. ¿Y si puedo ayudar en algo?
-Es una grabación, Alba. No sabemos cuánto tiempo lleva emitiéndose. No sabemos si siguen estando abastecidos. Ni siquiera sabemos si queda alguien vivo detrás de esa grabación. Hace tres meses que comenzó la epidemia del firiovirus. Piénsalo. ¿Qué probabilidades hay?
-¿Y si contactamos con ellos?
-Desde aquí es imposible, por eso nos ha costado tanto acceder al mensaje. Han conseguido que llegue a más distancia por ser una grabación, pero para establecer contacto deberíamos estar más cerca.
-Yo sé que puede parecer una locura, pero se me necesita ahí fuera. Ahora soy uno de esos expertos de los que hablábamos ayer. ¿Qué parte de responsabilidad tendré si el mundo se va completamente a la mierda y yo no quise poner mis conocimientos a disposición de la solución?
-¿Y qué parte de responsabilidad tendrías si nos ocurre algo, si nos matan por el camino y nunca llegamos? Ni solución, ni vida con culpabilidad. Sólo unas muertes más.
-Eso es una visión un poco egoísta, ¿no crees?
-¿Sabes qué? -Se levantó para salir de la habitación-. Que vale. Que te vayas.
-¿Cómo?
Me había caído un jarro de agua fría.
-Que hagas lo que quieras. Por mi puedes pirarte hoy mismo. ¡Vamos! ¡Vete!
-¿Me dejas sola?
-No. Me dejas sola tú a mí. Que tú seas una niñata caprichosa no va ha hacer que yo abandone todo lo que hemos conseguido para cruzar medio país en busca de mi muerte. Estás muy equivocada. Si quieres irte, coge tus mierdas y corre en  busca de tu aventura suicida. Yo ya he perdido bastante como para perder también lo que me queda de vida.
Se dio la vuelta y se fue, no tengo muy claro dónde.

No sé cuanto tiempo estuve sentada en el sofá sin poder pensar.Sentía como si el interior de mi cabeza fuera un bloque de hormigón que no dejara circular ningún pensamiento. En algún momento conseguí levantarme. Comencé a andar por la casa un poco mareada. Una de las veces que pasé junto a la puerta de nuestro dormitorio me paré allí ¿cinco minutos? ¿Diez? ¿Cuarenta?
Recordé la primera noche que pasamos aquí. Estaba llena de ilusión imaginándome el huerto y soñando con el faro. Hacía sólo 20 días de nuestra llegada, pero parecía toda una vida. Recordé también aquella noche en la que, entre sueños, Paula me había pedido que durmiera con ella. Y el nombre de Lucía, claro. Recordé lo nerviosa que estaba, y lo feliz. El calor que desprendía su cuerpo junto al mío. ¿Sería el último contacto cercano que tendría con otra persona?
Sin darme cuenta había continuado con mi vagar. Me senté en los escalones de la entrada principal, observando los brotes de ese huerto que tanto nos había costado poner a punto. El sistema de riego. El carro para traer agua. Tanto esfuerzo acomodando nuestra nueva vivienda a nuestras necesidades... ¿Me estaría equivocando?
A la hora de siempre subí a la torre. Mi faro. ¿Alguna vez tuve un faro? ¿Una luz en la oscuridad que me ayudaría a no hundirme?
Allí me encontré con la radio. La maldita radio. Yo sabía que Paula tenía razón. Que era un mensaje grabado y no sabíamos ni cuándo se emitió, ni si las personas que lo grabaron siguen vivas. Pero, ¿cómo podría perdonarme que el mundo siga muriendo bajo el firiovirus, sabiendo que yo pude hacer algo?

La noche comenzó a cernirse sobre mí a través de las cuatro cristaleras. Recordé que no había comido, pero tampoco me apetecía. La tensión de la situación había destrozado mis nervios, así que mi siguiente destino fue la cama. La de Paula. Estaba preocupada por ella, ya había oscurecido y la noche era peligrosa.

Aún no he podido dormir y la cama de Paula sigue vacía. ¿Dónde estará?